Resto con su sueño en mi sueño.
Amor, dolor, pena, ahora tiene que dormir.
Gire la noche sobre sus ruedas invisibles
conmigo eres puro como dormir de color ámbar. No más, el amor, el sueño con mis sueños. Irás, van de la mano de las aguas del tiempo. No hay sombra viajar conmigo, sólo tú, siempre viva, siempre solo, siempre la luna. tus manos abrieron los puños delicados y dejaron caer nuevas señales sin rotos, sus ojos cerrados como dos alas grises, mientras yo siga los puertos de agua y que me lleva: la noche, el mundo, el viento de su destino se desarrollan, y sin ti, ahora que sus sueños no están solos.
Pablo Solari por Adrian G Basualdo Un largo y solitario camino La mirada clara de Pablo Solari custodia el paisaje raigal del barrio porteño de Flores, donde nació en abril de 1953. Un lugar de avenidas transitadas, como aquella Juan Bautista Alberdi en la que medio siglo atrás estuviera su casa natal, o la San Pedrito en la que hoy tiene el taller que comparte con "Monchi", el gato blanco que pasea con gracia por entre colores y pinceles, pero también de calles recoletas, de adoquines adecuados para el fútbol entre amigos y la lectura compartida de los libros de aventuras de la colección Robin Hood. Una infancia con eje en la vida familiar, donde la presencia de Italia se materializaba en padres y abuelos inmigrantes recientes, originarios de la Toscana, que se resistían a dejar su lengua y sus costumbres, sus canciones y el sobrevuelo de las melodías de Puccini y de Verdi cuyos ecos aun tienen vigencia en las mañanas frescas de este invierno de 2003. L
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