Nacido en Khabarovsk, Rusia, Vladimir comenzó a pintar a la edad de tres años y su talento se observó en repetidas ocasiones a lo largo de su adolescencia. Después de haber asistido a la escuela de arte ", Krivoj rog" y de haber servido en el ejército, Vladimir fue admitido en el instituto de Lvov poligráfico en la antigua Unión Soviética. A partir de 1984, Vladimir comenzó a participar en, y ganar, concursos internacionales de arte del cartel. Vladimir se trasladó a Moscú en 1988 y antes de que Vladimir larga carrera en el arte comercial estaba en pleno apogeo. Notable editoriales ruso buscó su talento para diseñar carteles y cd y tapas de cassette para grupos musicales. Mientras se trabaja con las editoriales que continuaron trabajando en sus obras y participar en exposiciones. En 1990, Vladimir comenzó a viajar a Europa, donde ganaba dinero pintando retratos en las calles de Barcelona, Berlín, Viena y otras ciudades europeas. Es con esta experiencia que más perfeccionó sus habilidades en la representación de la forma humana. Durante los últimos catorce años, su arte se ha convertido en la obra figurativa sorprendente que crea en la actualidad. Paleta de colores vibrantes de Vladimir y trazos se unen para crear imágenes evocadoras que poseen una sensibilidad intemporal.
Pablo Solari por Adrian G Basualdo Un largo y solitario camino La mirada clara de Pablo Solari custodia el paisaje raigal del barrio porteño de Flores, donde nació en abril de 1953. Un lugar de avenidas transitadas, como aquella Juan Bautista Alberdi en la que medio siglo atrás estuviera su casa natal, o la San Pedrito en la que hoy tiene el taller que comparte con "Monchi", el gato blanco que pasea con gracia por entre colores y pinceles, pero también de calles recoletas, de adoquines adecuados para el fútbol entre amigos y la lectura compartida de los libros de aventuras de la colección Robin Hood. Una infancia con eje en la vida familiar, donde la presencia de Italia se materializaba en padres y abuelos inmigrantes recientes, originarios de la Toscana, que se resistían a dejar su lengua y sus costumbres, sus canciones y el sobrevuelo de las melodías de Puccini y de Verdi cuyos ecos aun tienen vigencia en las mañanas frescas de este invierno de 2003. L
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