"Pocas pinturas, no importa cuán maravillosamente hecho a mano, me cautivan a menos que contengan una idea central fuerte", dice Virginia artista Edward J. Reed. "La idea central de esta pintura vino de la personalidad del sujeto. John, de 81 años de edad, veterano de la Segunda Guerra Mundial, cayó en desgracia después de la guerra, y luego trabajó como marino mercante y un ingeniero antes de convertirse en artista. El tiempo ha privado a John de muchas cosas, de la movilidad física de los seres queridos que han fallecido. Para mí, esta obra es acerca de la dignidad frente a la pérdida y el aislamiento ".Al pintar las personas Reed obras de la vida siempre que sea posible, el desarrollo de las formas grandes en primer lugar. "No es la sudoración primeros detalles me permite permanecer suelto y expresivo, que da vida a mi trabajo", dice. A diferencia de muchos retratos de formación clásica y artistas figura, Reed evita grisallas. "Me sumerjo en color con significativa desde la primera", dice. Después de graduarse en el Bowdoin College en Brunswick, Maine, en 1986, con un menor de edad en el arte, Reed siguió una carrera en la ley hasta que una discapacidad le obligó a abandonar esa carrera en el año 2000. En 2001 comenzó a tomar clases en la Escuela de Arte de la liga en Alexandria, Virginia. Él enseñó algunas clases allí en 2003 y fue invitado a unirse a la facultad en 2004.
Pablo Solari por Adrian G Basualdo Un largo y solitario camino La mirada clara de Pablo Solari custodia el paisaje raigal del barrio porteño de Flores, donde nació en abril de 1953. Un lugar de avenidas transitadas, como aquella Juan Bautista Alberdi en la que medio siglo atrás estuviera su casa natal, o la San Pedrito en la que hoy tiene el taller que comparte con "Monchi", el gato blanco que pasea con gracia por entre colores y pinceles, pero también de calles recoletas, de adoquines adecuados para el fútbol entre amigos y la lectura compartida de los libros de aventuras de la colección Robin Hood. Una infancia con eje en la vida familiar, donde la presencia de Italia se materializaba en padres y abuelos inmigrantes recientes, originarios de la Toscana, que se resistían a dejar su lengua y sus costumbres, sus canciones y el sobrevuelo de las melodías de Puccini y de Verdi cuyos ecos aun tienen vigencia en las mañanas frescas de este invierno de 2003. L
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